Un tour espectacular, lejos de la civilización, divertido y enriquecedor
Con el verano llegan las vacaciones y con estas la necesidad de desconexión, de descanso, de fiesta y por qué no, también de aventura. Si de algo sabemos en Europa es que las Islas Canarias nos ofrecen un poco de todo aquello que buscamos cuando dejamos el trabajo por unos días y nos ponemos el bañador. Pero si además formas parte de la gran familia de usuarios de la moto de campo, tengo buenas noticias. No cuelgues las botas en tus vacaciones.
Si estás leyendo este artículo es porque sabes de las bondades de la moto de campo. De la versatilidad para hacer salidas de enduro en ámbitos muy acotados o la de abarcar vastas extensiones de terreno durante kms de paisajes, lejos de la civilización. Tú y yo sabemos de lo que hablo.
Alquilar una moto de campo y dejarse llevar por un guía local es una gran idea aquí y en la China, pero el lejano oriente tendrá que esperar porque hoy la protagonista es una de las islas más espectaculares de las periféricas de la unión europea. La española Fuerteventura.
Fuerteventura es la segunda de las Islas Canarias en extensión, por detrás de Tenerife. Es la más antigua y con más kms de playa de arena de todo el archipiélago, por no hablar de sus parques naturales de dunas y montañas que en un entorno volcánico, con ríos de lava petrificada, te dejarán en idéntico estado. De piedra.
Javier Orme, guía local, me citaba a primera hora de la mañana sin obligarme a un excesivo madrugón, desmarcándose de las prisas y rutinas laborales del viejo continente, para tomar el ritmo insular. Desde el interior de la isla nos disponíamos a repostar en una gasolinera cercana a la capital, Puerto del Rosario, en la costa oriental de la isla. Mi primera toma de contacto con las pistas de piedra suelta y gravilla no estaba resultando del todo cómoda. Todavía no me había adaptado a la Honda CRF Rally 250cc que me acompañaría durante toda la jornada.
Hasta que un primer valle entre áridas montañas de un intenso color ocre, me hacía tomar conciencia del momento y lugar geológico en el que estaba, logrando que mente y cuerpo se relajaran para acabar disfrutando de la moto y de ese paisaje que tan confundido me tenía.
La llegada a la costa me devolvía a un entorno más familiar. Rodar en paralelo al océano tiene un encanto difícil de explicar. No hay mejor preparador de suspensiones que esa inmensidad azul que logra hacerte sentir que vuelas, que flotas y fluyes en total sintonía con tu moto. El firme de tierra con poca arena para un perfecto agarre del neumático trasero y aplomo del tren delantero, también ayudaba, ¡para qué negarlo!.
En dirección norte y siempre por un sinuoso camino de pescadores, nos estábamos entreteniendo de lo lindo. Un pequeño descenso, seguido de un peralte a derechas y otro a izquierdas, alguna piedra, un poco de arena, otro poco de tierra, alguna hierva de camello y baja para volver a subir y sube para volver a bajar… se me estaba quedado una sonrisa en la cara difícil de borran. Os lo puedo asegurar.
Un primer pueblo al pie de este agreste litoral nos arrebatada del patio del colegio en el que tan bien nos lo estábamos pasando. Puerto Lajas es una pequeña localidad que ha sido capaz de resistirse al ladrillo de los grandes hoteles para albergar un turismo más local, con una bonita playa de cantos rodados y arena negra sobre la que destacan los puestos de socorrismo en un precioso amarillo husqvarna. A continuación, no sin antes juguetear otro poco al gas de nuestras CRF, nos encontrábamos con otra localidad, El Jablito, que conservando sus calles de tierra y su puerto pesquero con rampa natural, parecía haber sorteado el paso de los años, al más puro estilo majorero.
Desde esta localidad tomamos rumbo al interior de la isla por pistas más o menos rápidas y entre valles flanqueados por montañas que me hicieron volar al Cretácico, y es que la escasez de vegetación de la isla parece haber detenido el tiempo en el mismísimo momento de su creación… hasta que llegamos a una pista recién asfaltada en inequívoco síntoma de civilización contemporánea. El motivo estaba más que justificado con unas espectaculares vistas que alcanzaban las dunas de Corralejo; la Isla de Lobos; El Cotillo y distintas formaciones montañosas que se disputaban el liderazgo con volcánica majestuosidad. El momento valía la pena y la ruta estaba resultando de los más entretenida.
Poco a poco le voy cogiendo el pulso a la CRF para disfrutar más y más a cada km gracias a su docilidad al gas y peso contenido, que me permitía seguir saboreando el paisaje y los caminos sin mayores sobresaltos. Definitivamente esta moto está pensada para largas travesías por su ergonomía y saber hacer sin exigencias físicas para el piloto. ¡Gran acierto!.
No tardamos en retomar rumbo oeste cuando me sorprendía un conjunto de plantas singulares, con hojas grandes en su base y un larguísimo tallo que parecía buscar el cielo. A la postre descubría que se trataba de la Pitera o Henequén, como se conoce en la isla, que en formación militar dominaban el paisaje para robarle el protagonismo a los habituales arbustos bajos.
Proseguimos por pistas rápidas con la mirada puesta en la costa occidental, dejando atrás la representativa montaña de Tindaya. Sin apenas darme cuenta, estábamos rodando por una enorme planicie de piedras, donde únicamente se distinguía el camino por el que rodábamos y la inmensidad del océano Atlántico en el horizonte. La sensación de “la nada” es increíble. Si hay algo realmente sobrecogedor de Fuerteventura es esto: la escasez de elementos, de flora o de fauna que hacen de cada montaña, planta, ave o formación geológica, fruto de devoción.
Los acantilados hacían presencia imponiendo una parada en el camino. Al pie de la playa de Tebeto, Javier me mostraba las singularidades de aquel barranco con plantas y pozas de un intenso verdor, que parecían aferrarse a la vida en su pequeño ecosistema. Proseguíamos en dirección sur y, una vez más, rodando con el mar a nuestro lado y desde la posición privilegiada que los acantilados ofrecen, descubríamos todos y cada uno de los rincones de este fantástico litoral, hasta la siguiente parada obligatoria.
Estábamos ante la playa de Jarubio. Diría que es de visita obligatoria y la cantidad de surfistas que en ese momento asolaban sus aguas, daban buena muestra de ello. Además de sus bondades para la práctica del surf, el acantilado que la abraza y las dunas que presiden su acceso, hacen de este arenal algo realmente especial si tu debilidad son las playas singulares, salvajes y de arena fina.
Dejamos la costa y con esta, “la nada”. Seguimos por un camino que parecía cerrar una extraña formación rocosa, de la que no tardaría en conocer su origen. Una fuerte pendiente por un camino habitual de vehículos 4×4 nos dejaba en lo alto de una colina para disfrutar de unas vistas realmente especiales. Desde allí pudimos distinguir las recientes playas en las que nos habíamos detenido y parte del recorrido para llegar a éstas. Javier se tomó un momento para explicarme todo aquello que estaba divisando.
Con el brazo extendido y su dedo índice al frente, señalaba el cráter de un volcán y dibujaba la dirección que había tomado la lava con la frustrada determinación de llegar al mar en la misma playa de Jarubio. Acabábamos de rodar paralelos a esa lengua de piedra que en algún momento había sido lava. ¡Yo estaba fascinado!, mientras Javier proseguía dándole sentido al tono verdoso, casi amarillo, del magma petrificado. El culpable era un liquen colonizador, que sin saberlo en aquel momento, formaría parte del resto de mis vacaciones.
Descendimos la colina para poner rumbo de vuelta a casa. El tour estaba llegando a su fin, no sin antes pasar ante el monumento a Miguel de Unamuno, jugar por un camino roto que quiso poner a prueba las cualidades de las CRF 250 y subir a una atalaya desde la que pudimos divisar ambas costas de la isla, este y oeste, en un único girar de hombros. ¡Espectacular!.
El tour no solo había sido divertido. También enriquecedor. Me había armado de herramientas para seguir disfrutando en los siguientes días de vacaciones. Aquella información de los líquenes que a priori no parecía más que anecdótica, me haría descubrir muchas más erupciones volcánicas durante el resto de la semana. El propio recorrido de costa a costa, distinguiendo nuestros pasos desde aquellas atalayas y con toda la información que Javier compartía en cada parada, me hacían tomar conciencia de las dimensiones reales del norte de esta increíble isla, haciéndola un poco más mía.
Dicen que a Fuerteventura llegas llorando y marchas llorando por sentimientos opuestos, y realmente su singularidad la hace tan única que es imposible sentirse indiferente, hasta caer rendido a sus encantos.
Fuente: Pablo Pillado colaborador EMTrail©